jueves, 29 de octubre de 2015

Recuperación de Lectura

La noche de los feos 
 Mario Benedetti 

Lea atentamente el siguiente relato.

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo. 

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma. "Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada. "Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas. 

"Prométame no tomarme como un chiflado."

"Prometo."

"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?" 

"No."

"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso.

No éramos eso. Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble. FIN

ACTIVIDAD

Presentar en hoja examen, con caligrafía y ortografía. Sustentar durante la clase de la semana del 3 al 6 de noviembre. 

1. Consultar la biografía de Mario Benedetti. 
2. ¿Cuáles son las características de los géneros literarios? 
3. ¿A qué género literario pertenece el anterior relato? ¿Por qué?
4. ¿Cuál es el tema de la historia y cuál es la relación con el título? 
5. ¿Qué quiere transmitir el autor en esta historia? 
6. Describa uno de los dos personajes y justifique su opinión. 
7. Describa brevemente la trama de la historia.
8. Haz un corto ensayo sobre el tema: La belleza. (20 renglones) 
                 



domingo, 25 de octubre de 2015

ACTIVIDAD DE RECUPERACIÓN Y NIVELACIÓN GRADO ONCE 2015

Ejercicio anual de evaluación y refuerzo de LENGUAJE grado 11
Profesor: Javier Torres 
Presentar en hojas examen con caligrafía y ortografía. SUSTENTAR en la clase de la semana de 3 a 6 de noviembre. Trabajos incompletos no se reciben. 

1. Escribe diez sustantivos colectivos, diez comunes femeninos en plural, diez propios, diez concretos y diez abstractos.
2. Escribe cinco pronombres demostrativos, diez personales, cinco indefinidos, cinco relativos y cinco cuantitativos.
3. Escribe cuatro oraciones con artículos definidos, cuatro con artículos indefinidos y subráyalos.
4. Escribe diez oraciones con adjetivos y subráyalos en cada oración.
5. Escribe diez adverbios de lugar y diez de tiempo.
6. Escribe cinco oraciones con interjecciones.
7. Conjugue los verbos reír, vestir, poner, caber y poder así: • Reír en segunda persona plural del pasado • Vestir primera persona plural del futuro • Poner, caber y poder en pasado, presente y futuro con yo, tu, el, nosotros, ustedes, ellos.
8. Escribe un párrafo utilizando 15 preposiciones diferentes y subráyelas.
9. Escribe cuatro oraciones con conjunciones y subráyelas.
10. Escriba diez figuras literarias y un ejemplo de cada una.
11. Escriba el argumento de “LA ILÍADA” y de “LA ODISEA”
12. ¿Qué es la Epopeya?
13. Escriba diez parejas de palabras homófonas que empiecen con B y diez Con V
14. mencione diez dioses griegos
15. Escriba el argumento de la obra “LA DIVINA COMEDIA”
16. ¿Qué es El Renacimiento?
17. Mencione cinco “tips” para realizar una excelente exposición.
18. Escribe los personajes principales, lugares, temas, argumento y autor de Scorpio City.
19. ¿Cuáles son los géneros literarios?
20. Escriba cinco palabras agudas con tilde y cinco sin tilde. Escriba cinco palabras graves con tilde y cinco sin tilde. Escriba cinco oraciones con palabras esdrújulas y subráyelas Escriba cinco oraciones con palabras sobreesdrújulas y subráyalas
21. ¿Qué es un mito y que es una leyenda?
22. Mencione cinco clases de novelas.
23. ¿Qué es prefijo, lexema y sufijo?, escribe ejemplo de cada uno.
24. ¿Qué son los conectores?, escriba diez ejemplos de conectores.
25. ¿Qué es el vanguardismo?
26. Mencione cinco movimientos literarios vanguardistas.
27. ¿Qué es prosa y que es verso?
28. ¿Qué es acento prosódico y acento ortográfico?
29. ¿Qué es el acento diacrítico? .Escriba ejemplos.
30. ¿Qué es sintagma nominal y sintagma verbal? Escriba ejemplos.
31. ¿Qué es El Existencialismo?
32. ¿Qué es el ensayo?
33. Escriba un corto ensayo. Tema: ¿Por qué es importante el lenguaje? (Mínimo 20 renglones)

jueves, 11 de junio de 2015

MACBETH - actividad -

Después de leer la obra, contesta en una hoja examen para entregar.

1)Breve biografía de William Shakespeare.
2. ¿A qué género literario pertenece la obra?
3. Enuncia las características de dicho género.
4. ¿Cuál es la fuente histórica de esta obra y quién es Macbeth en ella?
5. Explica en base a lo leído la siguiente afirmación: "Macbeth no es solamente la tragedia de un feroz asesino cegado por la ambición. Es también la tragedia de una mujer que enloquece y muere por la imposibilidad de olvidar aquellos crímenes de los que es responsable, y es, por último, la tragedia de una reina sometida al poder arbitrario de un déspota.
"6. "La noche es testigo del horror". Transcribir fragmentos de distintas escenas que transcurran durante la noche. Indicar qué hecho se desarrolla en cada ejemplo.
7. Al final de la obra, Macduff corta la cabeza de Macbeth y la expone públicamente. ¿Qué indica la expresión "Ser la cabeza de algo"? ¿Qué simboliza, en este caso, la cabeza cortada?
8. En la escena 1, acto V, el doctor diagnostica la enfermedad de Lady Macbeth; según él, ¿cuál es el diagnóstico y a qué lo atribuye?
9. ¿Cómo era Lady Macbeth al principio y cómo evoluciona a lo largo de la obra?
10. Cuando a Macbeth le anuncian que su esposa ha muerto dice: "¿Qué es la vida sino una sombra, un actor que pasa por el teatro y a quien se olvida después, o el vano y ruidoso cuento de un necio?". Explica por qué compara la vida con una representación teatral o con un cuento.
11. A Siward le preocupa la manera en que murió su hijo. ¿Cómo murió? ¿Qué pregunta formula su padre y por qué?
12. Buscar en la obra parlamentos en los que aparezcan elogios o explicaciones acerca de la necesidad de gobiernos fuertes y legítimos.
13. La siguiente frase dice "Las brujas son la clave de todo. No están vaticinando el futuro, hacen que el futuro se realice"."">Busca elementos de la obra para justificar esta afirmación.
14. ¿Por qué podemos decir que las brujas de "Macbeth" actúan como las sirenas de Ulises?
15. ¿Quién es Hécate y cómo se representa en la mitología?
16. ¿Qué relación tienen las alucinaciones con los conflictos internos de Macbeth?
17. ¿Qué conflictos externos se dan?
18. En la obra se exaltan estas pasiones humanas: conspiración, ejecución, arrepentimiento y venganza. Transcribir fragmentos que ejemplifiquen cada una.
19. En la tragedia aparece siempre el ataque a un familiar o a un amigo. ¿Cómo se da en Macbeth?
20. Averigua qué películas y obras teatrales se han realizado con esta historia.

HAMLET - actividad -

Después de leer la obra,  contesta en una hoja examen para entregar.

1) Las tragedias de Shakespeare son de carácter. Explica, fundamentando tus dichos en el texto, cuál es el carácter de Hamlet y por qué eso lo lleva a la tragedia.
2) Basándote en el texto, explica por qué se puede sostener que Hamlet finge su locura.
3) Basándote en el texto, di por qué se puede afirmar que Hamlet no ama a Ofelia.
4) Aplica la definición de tragedia a “Hamlet”.
5) Cita y explica momentos concretos de distintas partes de la obra en los cuales quede demostrado el carácter egotista de Hamlet.
6) Destaca, basándote en el texto, los rasgos salientes de la personalidad del antagonista.
7) ¿En qué momento de la obra Shakespeare aprovecha para dar sus opiniones sobre el teatro de su época y sobre la forma más adecuada de interpretar papeles por parte de los actores? Selecciona y explica algunas de ellas.
8) Explica la evolución del teatro isabelino, desde su representación en posadas hasta la construcción de edificios para ser usados exclusivamente como teatros.
9) Explica qué técnica seguía Shakespeare para mantener a la totalidad del público expectante a pesar de la diversidad de intereses de los mismos. Busca ejemplos de escenas que así lo demuestren.
10)¿Quién fue William Shakespeare y qué importancia tiene en la literatura universal?.
11)  Analiza la comparación que hace el propio Hamlet entre su forma de ser y la del primer actor del grupo que arriba a la corte de Dinamarca. Explica en qué incide la personalidad del príncipe para su fin trágico.
12)  Analiza la comparación que hace el propio Hamlet entre su forma de ser y la del primer príncipe Fortimbrás de Noruega. Explica en qué incide la personalidad del príncipe para su fin trágico.
13) Compara, basándote en citas del texto la personalidad de Hamlet con la de Laertes.
14)  ¿Cómo era una representación teatral en la época de Shakespeare?.
15)  ¿Qué significa en el contexto de la obra “Ser o no ser: ésa es la cuestión”? ¿Por qué crees que esa cita es tan conocida universalmente?
16)  Estudia la estructura interna de una tragedia y aplícala al argumento de “Hamlet”, fundamentando tu razonamiento.
17)  Analiza, en base a lo que se dice y lo que se hace por parte de los personajes, la relación entre Hamlet y Ofelia: desde sus comienzos hasta el suicidio de Ofelia y la intervención de Hamlet en el momento del entierro.
18) Basándote en el texto, caracteriza a Ofelia. Explica por qué ella es otro ejemplo de cómo el carácter de una persona la puede llevar a la tragedia.
19) Cita tres momentos de la obra en los cuales se pueda notar la oposición de los caracteres de Hamlet y del rey Claudio. Demuestra cómo se manejan uno y otro en cuanto a las cuestiones que tienen por delante.
20) Explica en qué consisten los recursos del monólogo y del aparte. Da por lo menos dos ejemplos de la obra. Especifica qué importancia tienen para ese momento de la representación por un lado, y para las tragedias de carácter por otro.
21)  Elige una escena en la cual sea notorio que Shakespeare trabajó para cautivar a los mosqueteros y otra propia del gusto del público de las galerías superiores. Fundamenta tu respuesta.
22)  Elige tres ejemplos de distintos momentos de la obra en que se vean las formas de Hamlet para fingirse loco. Busca también pasajes que demuestren su ironía y la crueldad de la que es capaz cuando habla a quienes le disgustan.

lunes, 18 de mayo de 2015

Tema: El ensayo. De colores y dolores.

Presentar en hojas blancas tamaño carta. - A mano (Buena caligrafía) o digital impreso- 

 REALIZA EL EJERCICIO DE EVALUACIÓN









domingo, 5 de abril de 2015

Taller de recuperación primer trimestre

La siguiente actividad es para recuperar LENGUAJE, primer trimestre, grado UNDÉCIMO. Por tanto, debe ser un ejercicio realizado con compromiso y disciplina, el cual deberá ser entregado en la SEGUNDA CLASE, de la semana del 6-10 de abril de 2015, EXCLUSIVAMENTE. Además de la actividad que se hará en clase. 

Se deben copiar las preguntas o enunciados.  

REALIZAR EN UNA HOJA EXAMEN

1. Realiza un cuadro cuyo título sea LITERATURA ANTIGUA, HINDÚ, HEBREA, CHINA, GRIEGA, con las principales características.

2. Consulte sobre LA EPOPEYA y realice un mapa conceptual, (Lo más completo posible). 

Preguntas de selección múltiple única respuesta ( 3 y 4). 

3. En los versos:

Sangre resbalada gime,
muda canción de serpiente. 

Se encuentran dos de los siguientes recursos estilísticos:
a. antítesis – paradoja.
b. hipérbole – símil.
c. epíteto – hipérbaton.
d. metáfora – personificación.

4. La figura literaria utilizada en el verso: “Ya me son odiosas todas las lunas profanas
de la andante caballería” es:
a. epíteto.
b. metáfora.
c. símil.
d. personificación.

5. Relaciona las dos columnas ( A con B).
         A                                                    B
1. Perífrasis                       (   ) De ver a mi linda amiga.
                                                 De ver cómo los menea el aire.
2. Símil                              (   ) Vivo sin vivir en mí.

3. Anáfora                          (   ) La ciudad era rosa y sonreía dulcemente.

4. Personificación              (   ) Tú que por nuestra maldad
                                                  tomaste forma civil
                                                  y bajo nombre (Jesucristo)
5. Paradoja o antítesis        (   ) Tu cabellos son como líneas doradas.

6. Selecciona una poesía y realiza su respectiva división silábica. (Número de versos,
sílabas, nombre, -bisílabo, pentasílabos, etc…)

Fin de la actividad.

Actividad del cuento: "El artista del hambre" Franz Kafka

APRECIAD@ ESTUDIANTE...

EN UNA HOJA EXAMEN - PARA ENTREGAR EN LA PRIMERA CLASE DE LA SEMANA -ABRIL 16-20-
1- Debe leer el cuento titulado " EL ARTISTA DEL HAMBRE ", después de leer y entender hacer un esquema o si quiere un resumen donde consigne los hechos principales del cuento.

2- Hacer un cuadro con los personajes principales y los secundarios. Debe caracterizar cada personaje. Por ejemplo: Juan es un hombre perezoso que siempre interrumpe el accionar de Inés

3- Hacer una valoración del cuento, donde diga las cosas buenas y malas del cuento, debe dar argumentos.

4- Explicar la siguiente expresión " tal vez su esquelética delgadez procedía de su descontento consigo mismo. Sólo él
sabía -sólo él y ninguno de sus adeptos- qué fácil cosa era el ayuno. Era la cosa más fácil del
mundo. Verdad que no lo ocultaba, pero no le creían; en el caso más favorable, le tomaban
por modesto, pero, en general. le juzgaban un reclamista, o un vil farsante para quien el
ayuno era cosa fácil porque sabía la manera de hacerlo fácil y que tenía, además, el cinismo de
dejarlo entrever. "

5-Escribir un cuento de una página con un tema similar.


El artista del hambre
Franz Kafka

En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era
un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo
independiente, cosa que hoy. en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos.
Entonces, todo la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno:
todos querían verle siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se
estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además,
exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos,
se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños.
Para los adultos aquello solía no ser más que una broma en la que tomaban parte medio por
moda, pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y
boquiabiertos a aquel hombre pálido. con camiseta oscura, de costillas salientes, que,
desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a
veces, cortamente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba,
quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, volviendo después a
sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del
reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se
quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando
bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios.
Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes,
designados por el público (los cuales, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre
debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al ayunador
para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera tomar alimento. Pero esto era sólo
una formalidad introducida para tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien
que el ayunador, durante el tiempo del ayuno, bajo ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza,
tomaría la más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.
A la verdad, no todos los vigilantes eran capaces de comprender tal cosa; muchas veces
había grupos de vigilantes nocturnos que ejercían su vigilancia muy débilmente, se juntaban
adrede en cualquier rincón y allí se sumían en los lances de un juego de cartas con la
manifiesta intención de otorgar al ayunador un pequeño respiro, durante el cual, a su modo de
ver, podría sacar secretas provisiones, no se sabía de dónde. Nada atormentaba tanto al
ayunador como tales vigilantes; le atribulaban; le hacían espantosamente difícil su ayuno. A
veces, sobreponíase a su debilidad y cantaba durante todo el tiempo que duraba aquella
guardia, mientras le quedaba aliento, para mostrar a aquellas gentes la injusticia de sus
sospechas. Pero de poco le servía, porque entonces se admiraban de su habilidad que hasta
permitía comer mientras cantaba.

Muy preferibles eran, para él, los vigilantes que se pegaban a las rejas, y que, no
contentándose con la turbia iluminación nocturna de la sala, le lanzaban a cada momento el
rayo de las lámparas eléctricas de bolsillo que ponía a su disposición el empresario. La luz
cruda no le molestaba; en general no llegaba a dormir, pero quedar transpuesto un poco podía
hacerlo con cualquier luz, a cualquier hora y hasta con la sola llena de una estrepitosa
muchedumbre. Estaba siembre dispuesto a pasar toda la noche en vela con tales vigilantes;
estaba dispuesto a bromear con ellos, a contarles historias de su vida vagabunda y a oír, en
cambio, las suyas, sólo para mantenerse despierto, para poder mostrarles de nuevo que no
tenía en la jaula nada comestible y que soportaba el hambre como no podría hacerlo ninguno
de ellos.

Pero cuando se sentía más dichoso era al llegar la mañana, y, por su cuenta, les era servido
a los vigilantes un abundante desayuno, sobre el cual se arrojaban con el apetito de hombres
robustos que han pasado una noche de trabajosa vigilia. Cierto que no faltaban gentes que
quisieran ver en este desayuno un grosero soborno de los vigilantes, pero la cosa seguía
haciéndose, y si se les preguntaba si querían tomar a su cargo, sin desayuno, la guardia
nocturna, no renunciaban a él, pero conservaban siempre sus sospechas.

Pero éstas pertenecían ya a las sospechas inherentes a la profesión del ayunador. Nadie
estaba en situación de poder pasar, ininterrumpidamente, días y noches como vigilante junto
al ayunador; nadie, por tanto, podía saber por experiencia propia si realmente había ayunado
sin interrupción y sin falta; sólo el ayunador podía saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un
espectador de su hambre completamente satisfecho. Aunque, por otro motivo, tampoco lo
estaba nunca. Acaso no era el ayuno la causa de su enflaquecimiento, tan atroz, que muchos,
con gran pena suya, tenían que abstenerse de frecuentar las exhibiciones por no poder sufrir
su vista: tal vez su esquelética delgadez procedía de su descontento consigo mismo. Sólo él
sabía -sólo él y ninguno de sus adeptos- qué fácil cosa era el ayuno. Era la cosa más fácil del
mundo. Verdad que no lo ocultaba, pero no le creían; en el caso más favorable, le tomaban
por modesto, pero, en general. le juzgaban un reclamista, o un vil farsante para quien el
ayuno era cosa fácil porque sabía la manera de hacerlo fácil y que tenía, además, el cinismo de
dejarlo entrever. Había que aguantar todo esto y, con el curso de los años, ya se había
acostumbrado a ello; pero, en su interior, siempre le recomía ese descontento y ni una sola
ver, al fin de su ayuno -esta justicia había que hacérsela- había abandonado su jaula
voluntariamente.

El empresario había fijado cuarenta días como el plazo máximo de ayuno, más allá del cual
no le permitía ayunar ni siquiera en las capitales de primer orden. Y no dejaba de tener sus
buenas razones para ello. Según le había señalado su experiencia, durante cuarenta días,
valiéndose de toda suerte de anuncios que fueran concentrando el interés, podía quizá
aguijonearse progresivamente la curiosidad de un pueblo; mas pasado este plazo, el público se
negaba a visitarle, disminuía el crédito de que gozaba el artista del hambre. Claro que en este
punto podían observarse pequeñas diferencias según las ciudades y las naciones; pero, por
regla general, los cuarenta días eran el período de ayuno más dilatado posible. Por esta razón,
a los cuarenta días era abierta la puerta de la jaula, ornada con una guirnalda de flores; un
público entusiasmado llenaba el anfiteatro; sonaban los acordes de una banda militar; dos
médicos entraban en la jaula para medir al ayunador, según normas científicas; y el resultado
de la medición se anunciaba a la sala por medio de un altavoz; Por último, dos señoritas,
felices de haber sido elegidas para desempeñar aquel papel mediante sorteo, llegaban a la
jaula y pretendían sacar de ella al ayunador y hacerle bajar un par de peldaños para conducirle
ante una mesilla en la que estaba servida una comidita de enfermo cuidadosamente escogida.
Y en este momento, el ayunador siempre se resistía.

Cierto que colocaba voluntariamente sus huesudos brazos en las manos que las dos damas,
inclinadas sobre él, le tendían dispuestas a auxiliarle, pero no quería levantarse. ¿Por qué
suspender el ayuno precisamente entonces, a los cuarenta días? Podía resistir aún mucho
tiempo más, un tiempo ilimitado; ¿por qué cesar entonces, cuando estaba en lo mejor del
ayuno? ¿Por qué arrebatarle la gloria de seguir ayunando, y no sólo la de llegar a ser el mayor
ayunador de todos los tiempos, cosa que probablemente ya lo era, sino también la de
sobrepujarse a sí mismo hasta lo inconcebible, pues no sentía límite alguno a su capacidad de
ayunar? ¿Por qué aquella gente que fingía admirarlo tenía tan poca paciencia con él? Si aún
podía seguir ayunando, ¿por qué no querían permitírselo? Además, estaba cansado; se hallaba
muy a gusto tendido en la paja, y ahora tenía que ponerse de pie cuan largo era, y acercarse a
una comida, cuando con sólo pensar en ella sentía náuseas que contenía difícilmente por
respeto a las damas.

Y alzaba la vista para mirar los ojos de las señoritas, en apariencia tan amables, en realidad
tan crueles, y movía después negativamente, sobre su débil cuello, la cabeza, que le pesaba
como si fuese de plomo. Pero entonces ocurría lo de siempre; ocurría que se acercaba el
empresario silenciosamente -con la música no se podía hablar-, alzaba los brazos sobre el
ayunador, como si invitara al cielo a contemplar el estado en que se encontraba, sobre el
montón de paja, aquel mártir digno de compasión, cosa que el pobre hombre, aunque en otro
sentido, lo era; agarraba al ayunador por la sutil cintura, tomando al hacerlo exageradas
precauciones, como si quisiera hacer creer que tenía entre las manos algo tan quebradizo
como el vidrio; y, no sin darle una disimulada sacudida, en forma que al ayunador sin poderlo
remediar, se le iban a un lado y otro las piernas y el tronco, se lo entregaba a las damas, que
se habían puesto entretanto mortalmente pálidas.

Entonces el ayunador sufría todos sus males: la cabeza le caía sobre el pecho, como si le
diera vueltas y, sin saber cómo, hubiera quedado en aquella postura; el cuerpo estaba como
vacío; las piernas, en su afán de mantenerse en pie, apretaban sus rodillas una contra otra;
los pies rascaban el suelo como sino fuera el verdadero y buscaran a éste bajo aquél; y todo el
peso del cuerpo, por lo demás muy leve, caía sobre una de las damas, la cual, buscando
auxilio, con cortado aliento -jamás se hubiera imaginado de este modo aquella misión
honorífica-, alargan, todo lo posible su cuello para librar siquiera su rostro del contacto con el
ayunador. Pero después, como lo lograba, y su compañera, más feliz que ella, no venía en su
ayuda, sino que se limitaba a llevar entre las suyas, temblorosas, el pequeño haz de huesos de
la mano del ayunador, la portadora, en medio de las divertidas carcajadas de toda la sala,
rompía a llorar y tenía que ser librada de su carga, por un criado de largo tiempo atrás
preparado para ello.
Después venía la comida, en la cual el empresario, en el semisueño del desenjaulado, más
parecido a un desmayo que a un sueño, le hacía tragar alguna cosa, en medio de una divertida
charla con que apartaba la atención de los espectadores del estado en que se hallaba el
ayunador. Después venía un brindis dirigido al público, que el empresario fingía dictado por el
ayunador; la orquesta recalcaba todo con un gran trompeteo, marchábase el público y nadie
quedaba descontento de lo que había visto; nadie, salvo el ayunador, el artista del hambre;
nadie, excepto él.
Vivió así muchos años, cortados por periódicos descansos, respetado por el mundo, en una
situación de aparente esplendor; mas, no obstante, casi siempre estaba de un humor
melancólico, que se acentuaba cada vez más, ya que no había nadie que supiera tomarle en
serio. ¿Con qué, además, podrían consolarle? ¿Qué más podía apetecer? Y si alguna vez surgía
alguien, de piadoso ánimo, que le compadecía, quería hacerle comprender que,
probablemente, su tristeza procedía del hambre, bien podía ocurrir, sobre todo si estaba ya
muy avanzado el ayuno, que el ayunador le respondiera con una explosión de furia y, con
espanto de todos, comenzara a sacudir como una fiera los hierros de la jaula. Mas para tales
casos tenía el empresario un castigo que le gustaba emplear. Disculpaba al ayunador ante el
congregado público, añadía que sólo la irritabilidad provocada por el hambre, irritabilidad
incomprensible en hombres bien alimentados, podía hacer disculpable la conducta del
ayunador. Después, tratando de este tema, para explicarlo pasaba a rebatir la afirmación del
ayunador de que le era posible ayunar mucho más tiempo del que ayunaba: alababa la noble
ambición, la buena voluntad, el gran olvido de sí mismo, que claramente se revelaban en esta
afirmación; pero enseguida procuraba echarla abajo sólo con mostrar unas fotografías, que
eran vendidas al mismo tiempo, pues en el retrato se veía al ayunador en la cama, casi muerto
de inanición; a los cuarenta días de su ayuno. Todo lo sabía muy bien el ayunador, pero era
rada vez más intolerable para él aquella enervante deformación de la verdad. ¡Presentábase
allí como causa lo que sólo era consecuencia de la precoz terminación del ayuno! Era imposible
luchar contra aquella incomprensión, contra aquel universo de estulticia. Lleno de buena fe,
escuchaba ansiosamente desde su reja las palabras del empresario; pero al aparecer las
fotografías, soltábase siempre de la reja, y sollozando, volvía a dejarse caer en la paja. El ya
calmado público podía acercarse otra vez a la jaula y examinarlo a su sabor.

Unos años más tarde, si los testigos de tales escenas volvían a acordarse de ellas, notaban
que se habían hecho incomprensibles hasta para ellos mismos. Es que mientras tanto se había
operado el famoso cambio; sobrevino casi de repente; debía haber razones profundas para
ello; pero ¿quién es capaz de hallarlas?
El caso es que cierto día, el tan mimado artista del hambre se vio abandonado por la
muchedumbre ansiosa de diversiones, que prefería otros espectáculos. El empresario recorrió
otra vez con él media Europa para ver si en algún sitio hallarían aún el antiguo interés. Todo
en vano: como por obra de un pacto, había nacido al mismo tiempo, en todas partes, una
repulsión hacia el espectáculo del hambre. Claro que, en realidad, este fenómeno no podía
haberse dado así de repente, y, meditabundos y compungidos, recordaban ahora muchas
cosas que en el tiempo de la embriaguez del triunfo no habían considerado suficientemente,
presagios no atendidos como merecían serlo. Pero ahora era demasiado tarde para intentar
algo en contra. Cierto que era indudable que alguna vez volvería a presentarse la época de los
ayunadores, pero para los ahora vivientes, eso no era consuelo.

¿Qué debía hacer, pues, el ayunador? Aquel que había sido aclamado por las multitudes, no
podía mostrarse en barracas por las ferias rurales; y para adoptar otro oficio, no sólo era el
ayunador demasiado viejo, sino que estaba físicamente enamorado del hambre. Por lo tanto,
se despidió del empresario, compañero de una carrera incomparable, y se hizo contratar en un
gran circo, sin examinar siquiera las condiciones de la contrata.

Un gran circo, con su infinidad de hombres, animales y aparatos que sin cesar se sustituyen
y se complementan unos a otros, puede, en cualquier momento, utilizar a cualquier artista,
aunque sea a un ayunador, si sus pretensiones son modestas, naturalmente. Además, en este
caso especial, no era sólo el mismo ayunador quien era contratado, sino su antiguo y famoso
nombre; y ni siquiera se podía decir, dada la singularidad de su arte, que. como al crecer la
edad mengua la capacidad, un artista veterano que ya no está en la cumbre de su poder, trata
de refugiarse en un tranquilo puesto de circo; al contrario, el ayunador aseguraba, y era
plenamente creíble, que lo mismo podía ayunar entonces que antes, y hasta aseguraba que si
le dejaban hacer su voluntad, cosa que al momento le prometieron, sería aquélla la vez en que
había de llenar al mundo de justa admiración; afirmación que provocaba una sonrisa en las
gentes del oficio, que conocían el espíritu de los tiempos, del cual, en su entusiasmo, habíase
olvidado el ayunador.

Mas, allá en su fondo, el ayunador no dejó de hacerse cargo de las circunstancias, y aceptó
sin dificultad que no fuera colocada su jaula en el centro de la pista, como número
sobresaliente , sino que se la dejara fuera, cerca de las cuadras, sitio, por lo demás, bastante
concurrido. Grandes carteles de colores chillones rodeaban la jaula y anunciaban lo que había
que admirar en ella. En los intermedios del espectáculo, cuando el público se dirigía hacia las
cuadras para ver los animales, era casi inevitable que pasaran por delante del ayunador y se
detuvieran allí un momento; acaso habrían permanecido más tiempo junto a él si no hicieran
imposible una contemplación más larga y tranquila los empujones de los que venían detrás por
el estrecho corredor y que no comprendían que se hiciera aquella parada en el camino de las
interesantes cuadras.

Por este motivo el ayunador temía aquella horade visitas que por otra parte anhelaba como
el objeto de su vida. En los primeros tiempos apenas había tenido paciencia para esperar el
momento del intermedio; había contemplado con entusiasmo la muchedumbre que se extendía
y venía hacia él hasta que, muy pronto -ni la más obstinada y casi consciente voluntad de
engañarse a sí mismo se salvaba de aquella experiencia- tuvo que convencerse de que la
mayor parte de aquella gente sin excepción, no traía otro propósito que el de visitar las
cuadras. Y siempre era lo mejor el ver aquella masa, así, desde lejos. Porque cuando llegaban
junto a su jaula, en seguida le aturdían los gritos e insultos de los dos partidos que
inmediatamente se formaban: el de los que querían verlo cómodamente (y bien pronto llegó a
ser este bando el que más apenaba al ayunador, porque se paraban, no porque les interesara
lo que tenían ante sus ojos, sino por llevar la contraria y fastidiar a los otros) y el de los que
sólo apetecían llegar lo antes posible a las cuadras. Una vez que había pasado el gran tropel,
venían los rezagados, y también éstos, en vez de quedarse mirándole cuanto tiempo les
apeteciera, pues ya era cosa no impedida por nadie, pasaban de prisa, a largo paso, apenas
concediéndole una mirada de reojo, para llegar con tiempo de ver los animales. Y era caso
insólito el de que viniera un padre de familia con sus hijos, mostrando con el dedo al ayunador
y explicando extensamente de qué se trataba y hablara de tiempos pasados. cuando había
estado él en una exhibición análoga, pero incomparablemente más lucida que aquélla, y
entonces los niños, que, a causa de su insuficiente preparación escolar y general -¿qué sabían
ellos lo que era ayunar?- seguían sin comprender lo que contemplaban, tenían un brillo en sus
inquisidores ojos, en que se traslucían futuros tiempos más piadosos. -Quizá estarían un poco
mejor las cosas -decíase a veces el ayunador- si el lugar de la exhibición no se hallase tan
cerca de las cuadras. Entonces les habría sido más fácil a las gentes elegir lo que prefirieran;
aparte de que le molestaban mucho y acababan por deprimir sus fuerzas las emanaciones de
las cuadras, la nocturna inquietud de los animales, el paso por delante de su jaula de los
sangrientos trozos de carne con que alimentaban a los animales de presa, y los rugidos y
gritos de éstos durante su comida. Pero no se atrevía a decirlo a la Dirección, pues, si bien lo
pensaba, siempre tenía que agradecer a los animales la muchedumbre de visitantes que
pasaban ante él, entre los cuales, de cuando en cuando, bien se podía encontrar alguno que
viniera especialmente a verle. Quién sabe en qué rincón le meterían, si al decir algo les
recordaba que aún vivía, y le hacía ver, en resumidas cuentas, que no venia a ser más que un
estorbo en el camino de las cuadras.

Un pequeño estorbo en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más diminuto. Las
gentes se iban acostumbrando a la rara manía de pretender llamar la atención como ayunador
en los tiempos actuales, y adquirido este hábito quedó ya pronunciada la sentencia de muerte
del ayunador. Podía ayunar cuanto quisiera, y así lo hacía. Pero nada podía ya salvarle, la
gente pasaba a su lado sin verle. ¿Y si intentara explicarle a alguien el arte del ayuno" A quien
no lo siente, no es posible hacérselo comprender.

Los más hermosos rótulos llegaron a ponerse sucios e ilegibles, fueron arrancados, y a nadie
se le ocurrió renovarlos. La tablilla con el número de los días transcurridos desde que había
comenzado el ayuno, que en los primeros tiempos era cuidadosamente mudada todos los días,
hacía ya mucho tiempo que era la misma, pues al cabo de algunas semanas, este pequeño
trabajo habíase hecho desagradable para el personal; y de este modo, cierto que el ayunador
'continuó ayunando, como siempre había anhelado, y que lo hacía sin molestia, tal como en
otro tiempo lo había anunciado; pero nadie contaba ya el tiempo que pasaba; nadie, ni
siquiera el mismo ayunador, sabía qué número de días de ayuno llevaba alcanzados, y su
corazón se llenaba de melancolía. Y así, cierta vez, durante aquel tiempo, en que un ocioso se
detuvo ante su jaula y se rió del viejo número de días consignado en la tablilla, pareciéndole
imposible, y habló de engañifa y de estafa, fue ésta la más estúpida mentira que pudieran
inventar la indiferencia y la malicia innata, pues no era el ayunador quien engañaba, él
trabajaba honradamente, pero era el mundo quien se engañaba en cuanto a sus
merecimientos.

Volvieron a pasar muchos días, pero llegó uno en que también aquello tuvo fin. Cierta vez,
un inspector se fijó en la jaula y preguntó a los criados por qué dejaban sin aprovechar aquella
jaula tan utilizable que sólo contenía un podrido montón de paja. Todos lo ignoraban, hasta
que, por fin, uno, al ver la tablilla del número de días, se acordó del ayunador. Removieron con
horcas la paja, y en medio de ella hallaron al ayunador. ¿Ayunas todavía? -preguntóle el
inspector-. ¿Cuándo vas a cesar de una vez?
-Perdonadme todos -musitó el ayunador, pero sólo le comprendió el inspector, que tenía el
oído pegado a la reja.
-Sin duda -dijo el inspector, poniéndose el índice en la sien para indicar con ello al personal
el estado mental del ayunador-, todos te perdonamos.
-Había deseado toda la vida que admirarais mi resistencia al hambre -dijo el ayunador.
-Y la admiramos -repúsole el inspector.
-Pero no debíais admirarla -dijo el ayunador.
-Bueno, pues entonces, no la admiraremos -repuso el inspector-; pero ¿por qué, no
debemos admirarte?
-Porque me es forzoso ayunar, no puedo evitarlo -dijo el ayunador.
-Eso ya se ve -dijo el inspector--, pero ¿por qué no puedes evitarlo?
-Porque -dijo el artista del hambre levantando un poco la cabeza y hablando en la misma
oreja del inspector para que no se perdieran sus palabras, con labios alargados como si fuera a
dar un beso-, porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado,
puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos.
Estas fueron sus últimas palabras, pero todavía, en sus ojos quebrados, mostrábase la firme
convicción, aunque ya no orgullosa, de que seguiría ayunando.
-¡Limpien aquí! -ordenó el inspector, y enterraron al ayunador junto con la paja. Mas en la
jaula pusieron una pantera joven. Era un gran placer hasta para el más obtuso de sentidos,
ver en aquella jaula, tanto tiempo vacía, la hermosa fiera que se revolcaba y daba saltos. Nada
le faltaba. La comida, que le gustaba, traíansela sin largas cavilaciones sus guardianes. Ni
siquiera parecía añorar la libertad. Aquel noble cuerpo, provisto de todo lo necesario para
desgarrar lo que se le pusiera por delante, parecía llevar consigo la propia libertad: parecía
estar escondida en cualquier rincón de su dentadura. Y la alegría de vivir brotaba con tan
fuerte ardor de sus fauces, que no les era fácil a los espectadores poder hacerle frente. Pero se
sobreponían a su temor, se apretaban contra la jaula y en modo alguno querían apartarse de
allí.