martes, 30 de septiembre de 2014

Exposición

Exposición

Consulta y responde en hojas para entregar.

1. ¿En qué consiste una exposición oral?

2. ¿Cuáles son las características de una exposición oral?

3. Elabora un decálogo de lo que consideres se debe tener en cuenta al momento de realizar una exposición oral.

4. Elije uno de los siguientes temas, consúltalo, elabora una cartelera y prepara una exposición de un minuto.

Las estrellas.
El sistema nervioso.
Cantante o grupo musical favorito.
Lugar que te gustaría conocer.
Festividad favorita.
Leyendas urbas.
Otro...

Taller de literatura latinoamericana

Lee y responda en hojas para entregar.

EL AVIÓN DE LA BELLA DURMIENTE

Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y

tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo

podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de

lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos

lineales del color de las bugambilias. «Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida»,

pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola

para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue una

aparición sobrenatural que existió sólo un instante y desapareció en la muchedumbre del

vestíbulo.

Eran las nueve de la mañana. Estaba nevando desde la noche anterior, y el tránsito era más

denso que de costumbre en las calles de la ciudad, y más lento aún en la autopista, y había

camiones de carga alineados a la orilla, y automóviles humeantes en la nieve. En el vestíbulo

del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera.

Yo estaba en la fila de registro detrás de una anciana holandesa que demoró casi una hora

discutiendo el peso de sus once maletas. Empezaba a aburrirme cuando vi la aparición

instantánea que me dejó sin aliento, así que no supe cómo terminó el altercado, hasta que la

empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi distracción. A modo de disculpa le

pregunté si creía en los amores a primera vista.

«Claro que sí», me dijo. «Los imposibles son los otros». Siguió con la vista fija en la pantalla

de la computadora, y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar.

—Me da lo mismo —le dije con toda intención—, siempre que no sea al lado de las once

maletas. Ella lo agradeció con una sonrisa comercial sin apartar la vista de la pantalla

fosforescente.

—Escoja un número —me dijo,—: tres, cuatro o siete.

—Cuatro.

Su sonrisa tuvo un destello triunfal.

—En quince años que llevo aquí —dije primero que no escoge el siete. Marcó en la tarjeta de

embarque el número del asiento y me la entregó con el resto de mis papeles, mirándome por

primera vez con unos ojos color de uva que me sirvieron de consuelo mientras volvía a ver

la bella. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto acababa de cerrarse y todos los vuelos

estaban diferidos.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta que Dios quiera —dijo con su sonrisa—. La radio anunció esta mañana que será la

nevada más grande del año.

Se equivocó: fue la más grande del siglo. Pero en la sala de espera de la primera clase

la primavera era tan real que había rosas vivas en los floreros y hasta la música enlatada

parecía tan sublime y sedante como lo pretendían sus creadores. De pronto se me

ocurrió que aquel era un refugio adecuado para la bella, y la busqué en los otros salones,

estremecido por mi propia audacia. Pero la mayoría eran hombres de la vida real que leían

periódicos en inglés mientras sus mujeres pensaban en otros, contemplando los aviones

muertos en la nieve a través de las vidrieras panorámicas, contemplando las fábricas

glaciales, los vastos sementeros de Roissy devastados por los leones. Después del mediodía

no había un espacio disponible, y el calor se había vuelto tan insoportable que escapé para

respirar.

Afuera encontré un espectáculo sobrecogedor. Gentes de toda ley habían desbordado las

salas de espera, y estaban acampadas en los corredores sofocantes, y aun en las escaleras,

tendidas por los suelos con sus animales y sus niños, y sus enseres de viaje. Pues también

la comunicación con la ciudad estaba interrumpida, y el palacio de plástico transparente

parecía una inmensa cápsula espacial varada en la tormenta. No pude evitar la idea de que

también la bella debía estar en algún lugar en medio de aquellas hordas mansas, y esa

fantasía me infundió nuevos ánimos para esperar.

A la hora del almuerzo habíamos asumido nuestra conciencia de náufragos. Las colas se

hicieron interminables frente a los siete restaurantes, las cafeterías, los bares atestados, y

en menos de tres horas tuvieron que cerrarlos porque no había nada qué comer ni beber.

Los niños, que por un momento parecían ser todos los del mundo, se pusieron a llorar al

mismo tiempo, y empezó a levantarse de la muchedumbre un olor de rebaño. Era el tiempo

de los instintos. Lo único que alcancé a comer en medio de la rebatiña fueron los dos últimos

vasos de helado de crema en una tienda infantil. Me los tomé poco a poco en el mostrador,

mientras los camareros ponían las sillas sobre las mesas a medida que se desocupaban,

y viéndome a mí mismo en el espejo del fondo, con el último vasito de cartón y la última

cucharita de cartón, y pensando en la bella.

El vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, salió a las ocho de la noche.

Cuando por fin logré embarcar, los pasajeros de la primera clase estaban ya en su sitio,

y una azafata me condujo al mío. Me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a la

ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el dominio de los viajeros

expertos. «Si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería», pensé. Y apenas si intenté en

mi media lengua un saludo indeciso que ella no percibió. Se instaló como para vivir muchos

años, poniendo cada cosa en su sitio y en su orden, hasta que el lugar quedó tan bien

dispuesto como la casa ideal donde todo estaba al alcance de la mano. Mientras lo hacía, el

sobrecargo nos llevó la champaña de bienvenida. Cogí una copa para ofrecérsela a ella, pero

me arrepentí a tiempo. Pues sólo quiso un vaso de agua, y le pidió al sobrecargo, primero

en un francés inaccesible y luego en un inglés apenas más fácil, que no la despertara por

ningún motivo durante el vuelo. Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.

Cuando le llevaron el agua, abrió sobre las rodillas un cofre de tocador con esquinas de

cobre, como los baúles de las abuelas, y sacó dos pastillas doradas de un estuche donde

llevaba otras de colores diversos. Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si

no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento. Por último bajó la

cortina de la ventana, extendió la poltrona al máximo, se cubrió con la manta hasta la cintura

sin quitarse los zapatos, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado en la poltrona,

de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa, sin un suspiro, sin un cambio mínimo de

posición, durante las ocho horas eternas y los doce minutos de sobra que duró el vuelo a

Nueva York.

Fue un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza

que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo

de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado. El sobrecargo había desaparecido

tan pronto como despegamos, y fue reemplazado por una azafata cartesiana que trató de

despertar a la bella para darle el estuche de tocador y los auriculares para la música. Le

repetí la advertencia que ella le había hecho al sobrecargo, pero la azafata insistió para oír

de ella misma que tampoco quería cenar. Tuvo que confirmárselo el sobrecargo, y aun así

me reprendió porque la bella no se hubiera colgado en el cuello el cartoncito con la orden de

no despertarla.Hice una cena solitaria, diciéndome en silencio todo lo que le hubiera dicho

a ella si hubiera estado despierta. Su sueño era tan estable, que en cierto momento tuve la

inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para morir.

Antes de cada trago, levantaba la copa y brindaba.

—A tu salud, bella.

Terminada la cena apagaron las luces, dieron la película para nadie, y los dos quedamos

solos en la penumbra del mundo. La tormenta más grande del siglo había pasado, y la noche

del Atlántico era inmensa y límpida, y el avión parecía inmóvil entre las estrellas. Entonces

la contemplé palmo a palmo durante varias horas, y la única señal de vida que pude percibir

fueron las sombras de los sueños que pasaban por su frente como las nubes en el agua.

Tenía en el cuello una cadena tan fina que era casi invisible sobre su piel de oro, las orejas

perfectas sin puntadas para los aretes, las uñas rosadas de la buena salud, y un anillo liso en

la mano izquierda.

Como no parecía tener más de veinte años, me consolé con la idea de que no fuera un anillo

de bodas sino el de un noviazgo efímero. «Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce

fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados», pensé, repitiendo en

la cresta de espumas de champaña el soneto magistral de Gerardo Diego. Luego extendí

la poltrona a la altura de la suya, y quedamos acostados más cerca que en una cama

matrimonial. El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su niel exhalaba un hálito

tenue que sólo podía ser el olor propio de su belleza. Me parecía increíble: en la primavera

anterior había leído una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre los ancianos

burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las

muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban

de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban,

porque la esencia del placer era verlas dormir. Aquella noche, velando el sueño de la bella,

no sólo entendí aquel refinamiento senil, sino que lo viví a plenitud.

—Quién iba a creerlo —me dije, con el amor propio exacerbado por la champaña—

Yo, anciano japonés a estas alturas. Creo que dormí varias horas, vencido por la champaña

y los fogonazos mudos de la película, y desperté con la cabeza agrietada. Fui al baño. Dos

lugares detrás del mío yacía la anciana de las once maletas despatarrada de mala manera

en la poltrona.Parecía un muerto olvidado en el campo de batalla. En el suelo, a mitad del

pasillo, estaban sus lentes de leer con el collar de cuentas de colores, y por un instante

disfruté de la dicha mezquina de no recogerlos. Después de desahogarme de los excesos

de champaña me sorprendí a mí mismo en el espejo, indigno y feo, y me asombré de que

fueran tan terribles los estragos del amor. De pronto el avión se fue a pique, se enderezó

como pudo, y prosiguió volando al galope. La orden de volver al asiento se encendió. Salí en

estampida, con la ilusión de que sólo las turbulencias de Dios despertaran a la bella, y que

tuviera que refugiarse en mis brazos huyendo del terror. En la prisa estuve a punto de pisar

los lentes de la holandesa, y me hubiera alegrado. Pero volví sobre mis pasos, los recogí, y

se los puse en el regazo, agradecido de pronto de que no hubiera escogido antes que yo el

asiento número cuatro.

El sueño de la bella era invencible. Cuando el avión se estabilizó, tuve que resistir la

tentación de sacudirla con cualquier pretexto, porque lo único que deseaba en aquella

última hora de vuelo era verla despierta, aunque fuera enfurecida, para que yo pudiera

recobrar mi libertad, y tal vez mi juventud. Pero no fui capaz. «Carajo», me dije, con un

gran desprecio. «¡Por qué no nací Tauro!». Despertó sin ayuda en el instante en que se

encendieron los anuncios del aterrizaje, y estaba tan bella y lozana como si hubiera dormido

en un rosal. Sólo entonces caí en la cuenta de que los vecinos de asiento en los aviones,

igual que los matrimonios viejos, no se dan los buenos días al despertar. Tampoco ella. Se

quitó el antifaz, abrió los ojos radiantes, enderezó la poltrona, tiró a un lado la manta, se

sacudió las crines que se peinaban solas con su propio peso, volvió a ponerse el cofre en

las rodillas, y se hizo un maquillaje rápido y superfluo, que le alcanzó justo para no mirarme

hasta que la puerta se abrió. Entonces se puso la chaqueta de lince, pasó casi por encima

de mí con una disculpa convencional en castellano puro de las Américas, y se fue sin

despedirse siquiera, sin agradecerme al menos lo mucho que hice por nuestra noche feliz, y

desapareció hasta el sol de hoy en la amazonia de Nueva York.

Junio 1982

 
Actividad de análisis

- Copia una breve biografía de Gabriel García Márquez.

- ¿Qué significado tiene el título?

- ¿Qué relación guarda el titulo con el contenido de la narración?

- ¿De qué trata la narración? Resúmelo.

- ¿Qué clase de narración es: política, fantástica, de misterio, realista, costumbrista,

humorística, satírica? Argumenta tu opción.

- Describe el lugar más representativo del relato.

- ¿Es una atmósfera de misterio, de paz, violenta, angustiosa? Argumenta

- Escriba el inicio, el nudo y el desenlace.

- Relaciona un hecho del texto con una situación actual.

- Qué relación guarda este cuento con el de “La Bella durmiente” escrito por Charles

Perrault? Argumenta.

Separador

El separador

En hojas para entregar

1. Consuta la biografía de Edvuard Munch.

2. Observa con detenimiento la siguiente obra de arte, El Grito, de Edvuard Munch.


Reponde:

3. ¿Te gusta esta obra de arte? ¿Por qué si?¿Por qué no?
4. ¿Cuál es la historia que se ves en esta obra de arte?¿Cómo los colores ayudan a contar la historia?
5. En la historia que estás viendo, ¿quién o cuál es la figura, objeto o forma es más importante?¿Qué es lo que te hace pensar eso?
6. ¿Hay algo de lo que pasa en esta obra que te recuerde a algún episodio de tu propia historia?¿O del alguna historia que conozcas?, ¿Cuál? Relátala.
7. ¿Qué podrías decir a partir de esta obra de arte acerca de la historia de la persona que la realizó, o de la época o el lugar en que el autor o autora vive o vivió?
8. Si estuvieras contando la historia de esta obra de arte, ¿qué nombre le pondrías?

martes, 26 de agosto de 2014

Refuerzo tercer período

Desarrolle el taller en hojas examen. Tengo en cuenta caligrafía y ortografía. 

Lee con detenimiento los siguientes textos y desarrolla las actividades.

Texto 1
Envigado, abril 1 de 1936
A Don Guillermo Johnson
Medellín

Muy querido amigo:

Permítame felicitarlo por su librería y editorial La pluma de oro. Usted le ha dado novedad a esto de librerías en Medellín. Usted, y el doctor Marco Aurelio Arango con su editorial Atlántida, están remozando el espíritu antioqueño. Hacía falta ese lugar en la carrera Carabobo, en ese rincón o remanso de la calle populosa, la más antioqueña de Medellín. Precisamente allí donde es mayor el tráfico, yendo de sur a norte, a poco de pasar el Palacio de Justicia, sale repentinamente una casa y se mete en la calle, angostándola y dejando un rincón, formando un ángulo recto: pues allí, en ese remanso, era el lugar propio para vender el libro moderno, las ediciones baratas y elegantes de “las obras maestras”.

¿Ha puesto usted la atención en estos automóviles modelos 1936, tan lanzados, tan ruteros, tan livianos y tan poderosos? Pues en su Pluma de oro vende usted esas ediciones de las “obras modernas”, ligeras también, lanzadas también, ruteras poderosas de los caminos del alma. La Librería, en Medellín, era, hasta usted, almacén pesado, carísimo, en donde se entraba de vez en vez a bregar por comprar las ideas generales, o bien, a comprar “un libro para regalo en los exámenes de la Universidad o en el acto público de los reverendos padres”.

Recuerde usted u observe esas librerías, con sus mamotretos de a cinco pesos, empolvadas ya las partes superiores del rimero de hojas… No; era preciso hacer que el libro fuera poderoso andarín, barato, de bolsillo. Marco Aurelio Arango en su Atlántida y usted en su Pluma de oro, han dado lo que necesitábamos en Colombia: ya no habrá esas ediciones colombianas que parecen todas “Informes de Asamblea”, o bien, de cuadernillos gruesos, como si fueran sacos de cabuya doblados. ¡Qué hermosas ediciones hace la Atlántida!

A su Pluma de oro entra ahora la muchacha que desciende de su automóvil, y que irá de paseo mañana domingo y que desea llevar un libro suave, consonante con sus emociones amorosas. Necesita un libro que la acaricie allá, bajo el boscaje antioqueño y que pueda dejar allá, tirado sobre la hojarasca, en recuerdo de su amor fugaz. Entra también el señor grave que se irá mañana en avión y que desea coger algunas ideas sobre derechismo e izquierdismo, para poder conversar en Bogotá, con “esos jóvenes de los cafés y los ministerios”. Si no lo hiciere, ¿cómo logrará que le otorguen la concesión para los platanales en Urabá? El señor cura entra también a buscar la biografía de Jesucristo, la de San Pablo o la de San Luis, para sus bellos sermones en el pueblo lejano… ¡Todo ello por 0.40, 0.50 o 0.60!...

¡Eso hacía mucha falta, don Guillermo! Reciba un abrazo por ese remanso del espíritu que tiene usted en Carabobo, precisamente en el rincón que forma una casa que se sale impertinentemente a media calle, como para atajar al judío antioqueño, diciéndole: “Entre usted a La pluma de oro”. Fernando González.

Nota: En este texto, el autor se refiere a la carrera Carabobo, como una calle, en el sentido de ser una vía de la ciudad, y no en el de su orientación.

COPIA LA PREGUNTA Y LA RESPUESTA QUE CREAS CORRECTA. 

1. Lo que celebra, concretamente, la carta es, esencialmente:
A. la apertura de una nueva librería en la ciudad.
B. que haya ediciones más favorables.
C. que haya un remanso de paz en la ciudad.
D. que se renueve el espíritu antioqueño.

2. "La pluma de oro" es un remanso, según el segundo párrafo de la carta,
porque está situada en:
A. un rincón de la carrera Carabobo.
B. la calle más antioqueña de la ciudad.
C. la calle más populosa y de mayor tráfico de la ciudad.
D. en un lugar apropiado para vender libros modernos.

3. El rincón al que se refieren este párrafo y el último, se formó gracias a:
A. la calle que se mete en la carrera Carabobo, formando un ángulo recto.
B. la carrera Carabobo que es interrumpida por una casa, que la hace más angosta.
C. un ángulo recto que se forma en la carrera Carabobo.
D. una casa que interrumpe la carrera Carabobo en el medio, haciéndola más estrecha y formando un ángulo
recto.

4. Las “obras modernas” son:
A. obras maestras.
B. obras antiguas editadas de otra manera.
C. libros elegantes y baratos.
D. ediciones abreviadas de las obras maestras.

5. Los libros que vende La pluma de oro son "ruteros", porque:
A. sus lanzamientos son livianos.
B. fueron editados en 1936, el mismo año en que salieron los autos ruteros.
C. porque recorren las rutas del alma.
D. son modernos.

6. La expresión "ruteras poderosas de los caminos del alma", supone que:
A. el alma tiene caminos.
B. todas las almas son distintas.
C. no es fácil transitar los caminos del alma.
D. el alma se puede transitar.

7. También son livianos, por todas las siguientes razones, menos:
A. tienen menos hojas que las obras maestras.
B. cuestan menos que los libros antiguos.
C. "vuelan" por los caminos del alma.
D. puede llevarse a todas partes y en toda ocasión.

8. El poder de estas ediciones está en que:
A. se pueden llevar a cualquier parte.
B. se pueden comprar sin motivo alguno.
C. llegan a cualquier tipo de lector.
D. tratan diversos temas.

NOTA: Cada pregunta bien contestada tiene un valor de 3 puntos, para un total de 24 puntos.  

Texto 2

Borges y yo

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Espinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

Contesta: 

1. Saca la idea principal y dos secundarias. (3 ptos)
2. Cuál es el tema del texto. (3 ptos)
3. Qué narrador cuenta la historia. (2 ptos)
4. En el texto, hay un claro uso de "yo" y "Borges". ¿Quién es el "yo" y quién es el "Borges"? (3 ptos)
5. ¿Qué cosas le gustan al "yo"? ¿Y a "Borges"? (2 ptos)
6. ¿Cuál de los dos "personajes" es vanidoso? ¿Cómo lo sabes? (2 ptos)
7. Cuando menciona la literatura, se refiere a "las páginas". ¿Quién escribe esas "páginas" y a qué pertenecen? (3 ptos)
8. ¿Cuál de los dos "personajes" tiene una perversa costumbre de falsear y magnificar? ¿Se refiere el autor a la vida o a la literatura en esta frase? (2 ptos)
9. ¿Quién escribió este texto, Borges privado o Borges público? (2 ptos)
10.Escribe una frase que explica lo que piensas de Borges después de leer "Borges y yo". (5 ptos)
11. ¿Quién es el verdadero narrador de "Borges y yo"? ¿Por qué dices eso? (3 ptos)
12. Borges menciona frecuentemente la literatura en este "autorretrato". ¿Con quién está relacionando la literatura, con "Borges", con "yo", o con los dos? ¿Qué frases lo indican? (3 ptos)
13."…todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre". Esta frase significa que esencialmente todo ser se queda con una identidad fija y concreta. ¿Estás de acuerdo, o puede cambiarse la gente? Argumenta en 15 renglones. (5 ptos) 
14.¿Crees que la gente famosa tiene dos personalidades, una en público y una en privado? Argumenta. (3 ptos)
15. ¿Te comportas de forma diferente cuando estás con tus amigos y cuando estás con gente desconocida? ¿Qué diferencias notas en tu comportamiento? Argumenta. (3 ptos)
16.¿Te gustaría ser famoso/a un día? ¿Crees que tu vida sería muy diferente? Argumenta (3 ptos)
17. Qué significado tiene el título del texto, con respecto a su contenido. (3 ptos)
18.¿Qué clase de narración es: política, fantástica, de misterio, realista, costumbrista, humorística, satírica? Argumenta. (7 ptos)
19. Saca 20 palabras de la lectura y ponga al frente su respectivo sinónimo y antónimo. (6 ptos)
20. Saca un glosario con 15 palabras claves. (3 ptos)
21. Realiza un paralelo entre tu forma de ser en el colegio y con los amigos fuera del colegio. (3 ptos)
23.Realiza un ensayo donde evidencies como es tu vida social en comparación con tu
vida familiar. (una página). (8 ptos) 

NOTA ACLARATORIA: 
Para mejorar la nota de actividades del tercer período debes alcanzar un mínimo de 85 puntos. 

domingo, 9 de marzo de 2014

Tipo de ensayos

Ensayo explicado

Algunos tipos de ensayo

Ensayo argumentativo

Ensayo literario

Ensayo científico

Taller: (presentar en hojas tamaño carta, blancas -sin líneas-, con esfero, márgenes 3cm en todos los lados)
1) Consulte las características de los tipos de ensayo presentados y realice un cuadro comparativo.
2) Lea cada uno de los ejemplos presentados en los tipos de ensayo.
3) Identifique la idea principal de cada uno de los ejemplos presentados. 
4) Identifique las ideas secundarias de cada uno de los ejemplos presentados.
5) Realice una lista de los conectores que utiliza el autor en cada uno de los ejemplos de ensayo. (Escriba el número del párrafo y línea del mismo donde aparece el conector. Ejm: Además. P3 L5).   

Ensayo argumentativo

 Ensayo argumentativo
"La importancia del Color en la vida del Hombre"

Es indudable que desde que los animales aparecieron en la tierra dotados de órganos de los sentidos; es la vista uno de más relevantes ya que, gracias a ella, establecieron una relación con el mundo exterior que les permitió conocer el terreno, distinguir el peligro, avizorar su caza y por ende su alimento; más es difícil saber cuáles animales distinguieron el colorido del medio ambiente y no es hasta que el más racional de los animales aparece que podemos tener la convicción que los colores influyeran en su vida y decisiones. Este animal es el hombre.

El color es luz, belleza, armonía y delicia de la vista, pero es sobre todo, equilibrio psíquico, confort y educación.

Podemos imaginar cómo los hombres más antiguos aprendieron por los colores muchos de los fenómenos naturales. Conocieron el azul del cielo y la oscuridad de la noche, el verde de los campos, el árido amarrillo de los desiertos, el blanco gélido de los glaciares y el rojo de la sangre. También estos colores debieron avisarles las estaciones del año y hasta los cambios de clima según se percibía.

Así los colores de la naturaleza deben haber influido directamente en su desarrollo, naciendo el gusto y predilección por algunos. La misma naturaleza prodiga en elementos, fue la que brindo la materia prima para que los colores fueran manipulados por los hombres, provocando se pintaran, posteriormente la necesidad de abrigo los motivó a utilizar los colores de su preferencia en las vestimentas y al paso del tiempo; del conocimiento y perfeccionamiento de esta práctica establecieron que determinadas vestimentas de color fueran utilizadas en galas, festejos, tristezas y guerras.

El hogar de nuestros días no solo requiere color para embellecer y animar, sino color que resuelva las necesidades psicológicas de quienes vivan con él. La elección del color está basada en factores estadísticos y también en los psíquicos, culturales, sociales y económicos.

Es así como a través de la historia los colores han influido, en la moda, en los gustos, en las celebraciones, pero siempre, se han vinculado al estado de ánimo.

Hoy en día se conoce que los colores despiertan sensaciones y sentimientos, así los hay tranquilizadores como el azul, de limpieza y pureza como el blanco, pasionales como el rojo, etc.

El color en las artes es el medio más valioso para que una obra transmita las mismas sensaciones que el artista experimentó frente a la escena o motivo original; usando el color con buen conocimiento de su naturaleza y efectos y adecuadamente será posible expresar lo alegre o triste, lo luminoso o sombrío, lo tranquilo o lo exaltado, etc.

Nada puede decir tanto ni tan bien de la personalidad de un artista, del carácter y cualidades de su mente creadora como el uso y distribución de sus colores, las tendencias de estos y sus contrastes y la música que en ellos se contiene.

El color en la arquitectura y decoración se desenvuelve de la misma manera que en el arte de la pintura, aunque en su actuación va mucho más allá porque su fin es específico, puede servir para favorecer, destacar, disimular y aun ocultar, para crear una sensación excitante o tranquila, para significar temperatura, tamaño, profundidad o peso y como la música, puede ser utilizada deliberadamente para despertar un sentimiento. El color es la magia que transforma, altera y lo embellece todo o que, cuando es mal utilizado, puede trastornar, desacomodar y hasta anular la bella cualidad de los materiales más ricos.

El color, como cualquier otra técnica, tiene también la suya, y está sometido a ciertas leyes, que conociéndolas será posible dominar el arte de la armonía, conocer los medios útiles que sirven para evitar la monotonía en un combinación cromática, estimular la facultad del gusto selectivo y afirmar la sensibilidad.

El nivel intelectual, el gusto de la comunidad, la localización y el clima también influyen en la elección del esquema y la finalidad o propósito de cada pieza. Pero entre todos estos factores del color, quizás sea el más importante el psicológico, ¿por qué nos alegra, inquieta, tranquiliza o deprime un determinado conjunto o combinación cromática?

Los colores del interior deben ser específicamente psicológicos, reposados o estimulantes porque el color influye sobre el espíritu y el cuerpo, sobre el carácter y el ánimo e incluso sobre los actos de nuestra vida; el cambio de un esquema de color afecta simultáneamente a nuestro temperamento y en consecuencia a nuestro comportamiento.

Debido a que los colores nos afectan psíquicamente es importante mencionar que uno de los factores importantes en la aplicación de la psicología del color es la personalidad, ya que cada color refleja características del comportamiento, carácter, personalidad y temperamento.

 Cada individuo como la palabra lo índica es único y diferente a los demás, podemos tener características en común, más nunca podremos ser idénticos uno del otro, lo que marca la diferencia son los rasgos particulares de cada persona, que se forman por diferentes factores como el sexo, edad, cultura, etcetera, dando pie a la formación de un carácter, influyendo en este el temperamento, que son las reacciones innatas que cada persona presenta ante las diferentes situaciones. Los factores anteriores concluyen en la personalidad, siendo esta irrepetible e inigualable para cada individuo.

Los colores forman parte de nuestra vida cotidiana desde que nacemos hasta que morimos, encontrándolos en los edificios y decoraciones de estos, en la naturaleza, en las cosas que utilizamos, en las personas, la moda e incluso en las expresiones coloquiales. Es tal la importancia que tienen en nuestra vida que se han dedicado años de estudio a la explicación coherente y justificada del efecto que tienen sobre las personas, aprovechándose en ocasiones de estas cualidades del color, para casos como la publicidad, el diseño y el arte.

“El cuento como herramienta de iniciación a la lectura”. - See more at: http://comohacerunensayobien.com/ejemplo-de-ensayo-literario/#sthash.TiskI7oE.dpuf

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A continuación veremos un ejemplo de ensayo literario en el que el se analiza el cuento y su importancia para iniciar a los niños en el buen hábito de la lectura.
“Muchos autores de libros sobre literatura pasan por alto los cuentos considerando que constituyen un género menor y que no merecen a penas consideración, sin embargo opino que no tiene que ser así, como voy a demostrar en mi ensayo y además que constituye una herramienta maravillosa para iniciar a la infancia en un mundo mágico, infinito y enriquecedor, el de los libros.
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domingo, 9 de febrero de 2014

Literatura Hebrea Antigua


La literatura hebrea, es el nombre que se le da a las obras literarias escritas en lengua hebrea. El Antiguo Testamento, primera parte de la Biblia, ocupa el lugar más destacado en la literatura antigua del pueblo hebreo, él lo denomina Torá o Ley y contiene las más diversas expresiones del pueblo Israelí.

Contexto histórico

Los primeros judíos eran tribus que habían emigrado a Mesopotamia a comienzos del segundo milenio de Cristo. Los israelitas, emigraron al oeste y los egipcios los tomaron como sus esclavos.

Moisés, de origen egipcio, liberó a los israelitas para que retornaran en Canaán; después se convirtió en la figura heroica que dicto al pueblo israelí, las leyes, los mandatos y las costumbres que identifican la cultura judía actualmente.

Luego de varias luchas con las diferentes tribus que se encontraban en Canaán, los israelitas lograron asentarse allí, en el año 1100a.c. La ciudad (israelí) prosperó económica y culturalmente; pero luego los persas los invadieron, destruyendo la ciudad de Israel y sus templos, lo que provocó la huida de muchos judíos por diferentes zonas del Mediterráneo.
Los judíos exiliados en Babilonia fomentaron la recopilación y canonización de los libros del Antiguo Testamento y el fortalecimiento de las practicas rituales del Pentateuco (primeros cinco libro de la Biblia).

En el siglo I a.c, el Imperio Romano se adueñó de Palestina. Poco antes de la muerte de Herodes el Grande, nació Jesús, quien fue seguido por los judíos que dieron origen al Cristianismo primitivo.

Contexto literario:

En la Biblia se prohíbe representar y dar culto sagrado a las imágenes, por lo que el arte pictórico y estatuario no floreció en la cultura judía. Sin embrago, La música y la literatura, fueron cultivadas; con 150 salmos, verdaderos poemas religiosos atribuidos en parte al Rey David.

La literatura hebrea era básicamente religiosa, ya que su historia era entendida como una relación entre ellos y Dios, de ahí que el libro característico hebreo es la Biblia.

Géneros literarios:

Se cataloga por géneros la Biblia; pero es difícil dar nombres de autores, ya que fueron consignados los escritos luego de un periodo de transmisión oral.

La poesía:

Muchas narraciones, del Antiguo Testamento, tienen un bello estilo, lleno de imágenes, metáforas y a alegorías; pero no se les puede considerar poéticos ya que no expresan sentimientos personales. Los libros que se consideran poéticos son: salmos, Job, el cantar de los cantares y lamentaciones.

La prosa:

Este es el género más representativo, y se divide en:

• Prosa histórica: relata hechos vividos por el pueblo hebreo. Por ejemplo: Éxodo, Crónica I y II, Tobías, Reyes I y II.

• Prosa profética: recuento de las palabras y profecías que Dios dirigió al pueblo hebreo a través de los hombres llamados profetas. Entre estos libros se encuentran: las profecías de Isaías, Jeremías, Amós y Jonás. El género profético empleó un lenguaje metafórico y alegórico que lindaba en lo poético. Además proporcionan datos históricos, sobre las circunstancias históricas en que vivieron los profetas.

• Prosa sapiensal: su intención era transmitir una sabiduría teórica y practica, para vivir una existencia recta y justa. En ésta se encuentran libros, como por ejemplo: Proverbios, Eclesiastés y Sabiduría.


• Prosa legal: recoge las normas y leyes transmitidas por Moisés al pueblo israelí, por ejemplo: Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

El teatro:

En la literatura hebrea no existen textos que puedan ser considerados dramáticos, es decir, que hayan sido destinados a la representación.

Autores


•La Biblia: compuesta por el Antiguo Testamento. Los libros que la componen, esta dividido en tres grupos:

• La ley: Abarca los cinco primeros libros o pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. 

• Los profetas: Son los libros de carácter histórico y profético. 

• Los escritos: está compuesto por los libros sapiensal .

Literatura Hebrea Antigua 




jueves, 30 de enero de 2014

Cuentos cortos...

LA CANCIÓN DE MAMÁ
Hernando Téllez 

¿SABEN USTEDES QUE SOY UN CRIMINAL?

No. No es esta la palabra. Soy menos que un criminal: un homicida. Un criminal, un asesino, es diferente. Yo no quería matar a nadie. Pero maté. ¿Para qué negarlo? Por eso soy un hombre desgraciado. ¡Y hace tantos años! ¿Sabían ustedes lo que es un hombre desgraciado? Probablemente hay entre ustedes muchos que no lo saben. Los felicito. Debe ser agradable vivir así. Pero todo esto es muy confuso. Y no encuentro la manera de que resulte más claro. Ustedes perdonen. Pero aquello fue tan absurdo. Tan absurdo y tan sencillo. Y tan fácil. Imagínense ustedes que yo tenía seis años… Pero no, este no es el orden del relato. Ustedes nada entenderían. ¿Cómo debo comenzar? ¡Ah!, sí señores, por mi madre. Mamá viajaba conmigo y con él, en el barco. Desde luego, yo fui el responsable de todo. No, de todo no, porque mi madre lo había dicho. ¿Conocen ustedes la canción? Seguro que la conocen. Y ahí estaba la amenaza, al final de la canción. Cuando vino el capitán del barco y me dijo que yo había hecho aquello y que no debía haberlo hecho, yo respondí que mamá tenía la  culpa. Mamá estaba desvanecida sobre una silla, muy pálida. Me daba horror mirarla. Y había mucha gente entorno mío. Yo lloraba, y gritaba que ella lo había dicho. Nadie me entendía, nadie quería creerme. Pero es la verdad, señores. Es la verdad. Si mamá no lo hubiera dicho tantas veces, yo no sería un homicida. Un fratricida. Pero quiero confesarles que al hacerlo no sentí miedo, sino una gran alegría porque eso era lo que mamá había dicho que debía hacerse. Y yo lo hice. No puedo negarlo. No lo he negado jamás. Las palabras de mi madre me dieron el impulso, la fuerza necesaria. No se requería mucha. ¡Él era tan pequeño y tan tierno! Y las madres son algo sagrado y misterioso. Y a los seis años uno se halla tan indefenso. Las madres lo toman a uno en sus brazos, a veces, y a veces lo rechazan. Y uno queda mohíno y amargado. Y las madres dicen, a veces, palabras terribles y a veces palabras dulces. Y amenazan. Y se encolerizan. Y lloran. Y nos besan, y nos acarician y nos aman y nos odian. Es como andar por un valle ondulado. Aquí, el declive de la ternura; allá, el declive de la cólera; más acá el del amor; más lejos el del odio. ¡Seis miserables años! Un balbuceo de vida. ¿Qué podía yo hacer? Mamá no estaba conmigo en ese instante. Estabamos solos, él y yo, sobre cubierta. Él en su cochecito y yo al lado, cerca de la baranda. Recuerdo el día pleno de sol, sobre el mar. Yo llevaba puesta una gorra de marinero, comprada por mamá en el almacén del barco. Estas cosas no se olvidan, señores. Es inútil que pase el tiempo por encima de ellas. No consigue borrarlas. Otras se pierden, como si fueran a dar realmente al fondo del mar. Pero esto no vale la pena. ¿Qué les importa a ustedes que yo recuerde el color azul de mi gorra y el azul del cielo y el azul del agua? Lo que importa es lo otro. Pero, ¿Por qué ocurrió? No sé, no sé. Yo había podido llamar a mamá, llamar a alguien, gritar. Y alguien hubiera venido seguramente. El marinero que pintaba las barras de hierro, estaba del otro lado y tal vez me habría oído. A esa hora, además, siempre paseaba el capitán. Todo esto ha quedado fijo en mi memoria. Durante algún tiempo se esfumó, se iba como perdiendo y borrando. Pero volvió a renacer, intacto: de pronto uno se siente hombre, y una noche en que el sueño no llega, en que la carne y el alma están tristes, retorna súbitamente la hora antigua, la hora que creíamos haber perdido para siempre. Aquello tenía, pues, que renacer. Pero mi madre no ha debido decir esas palabras. Yo no sabía entonces que hay palabras y palabras, que las madres dicen, algunas terribles que son pura dulzura vuelta al revés. Yo no lo sabía. Uno no sabe nada hasta cuando está hecho hombre.

Sí. Me acerqué al cochecito. Él dormía. Un tajo de sombra, proyectado por la capota  le defendía la cara de los rayos del sol. “Mamá, ¿debo mecerlo?”. Desde lejos y a punto de cruzar el pasillo, camino de su camarote, me respondió con una seña afirmativa y una sonrisa. Lo mire. Seguía con los ojos cerrados. Moví el cochecito y, suavemente, suavemente, le di un impulso de cuna, el impulso del sueño, el impulso del mar en ese día de verano. Olas que se van y regresan, que no acaban de irse, que no acaban de volver. Como el sueño. Como  el vaivén de las cunas. Perdón, esto no debe interesarle a ustedes. Pero el mar es una cosa fascinadora. Yo estaba sobre su corriente, iba también, como el niño dormido, mecido por ella. Uno, dos; uno, dos; uno, dos. La ola va, la ola viene. La ola va, la ola viene. En el columpio de ese ritmo, el sueño se balanceaba. Los resortes del coche sonaban pausadamente. Como las olas. Como el mar. Mis manos seguían acunando, meciendo. La palpitación del barco repercutía en mis sienes, en mi pecho. Un día perfecto bajo un terrible sol. Recuerdo la alegría de esos instantes y la sensación de pegajosa humedad, bajo mi camiseta de colores. Todos en el barco debían estar durmiendo la siesta. Y mamá, desde luego. Por eso me había dejado de guardia, de guardia marino, vigilando el sueño de mi hermano. “Eres un niño mayor y juicioso”. Sí. Yo era un niño mayor y juicioso, un marinero que montaba guardia en el país de los sueños. Me sentía grande, importante y un poco dueño de todo: del barco, del sol, del mar, de las olas, de mi pequeño hermano, náufrago entre espumas de lino y de encajes. Las manecitas, de uñas casi azules, resaltaban gordezuelas y sonrosadas, en ese pequeño y frágil mar blando de los linos y de los encajes.

De pronto, estalló en sollozos. Fue algo súbito, sin transición, sin preparativos. Un llanto total y absoluto, rabioso e irremediable. Era como si en el sueño, lo hubieran herido, lo hubieran crucificado, le hubieran mostrado el rostro de la muerte. Yo, entonces, no pensé en estas cosas, que sólo se le ocurren a las gentes mayores y que a mí han venido a fuerza de recordar todo aquello. ¿Han oído ustedes llorar a un niño? Es algo que conturba y enerva más, mucho más que el llanto razonable de los hombres. Ese llanto parece que no va a concluir jamás. Como el llanto del agua en el hontanar de las rocas, el del niño da una sensación de angustioso remordimiento frente a la vida. El llanto de un niño brota como un surtidor de dolor, reclamando no sabemos qué piedad, qué amor, qué voluptuosidad o que misericordia.

Y mi madre, había dicho aquello, lo había dicho y cantado tantas veces, para mí, y para mi hermano que ni siquiera podía entender sus palabras. Y el llanto seguía inextinguible, desesperado, llenando el aire con su extremada vibración. Yo mecía y mecía el coche, primero con suavidad después aligerando el ritmo, después con violencia. Y la criatura no cesaba. Era como una catástrofe, como si todo el mar quisiera desbordarse a través de los ojos infantiles. Sobre la cubierta, nadie. Por debajo del estrépito del llanto, o más allá, o por encima de ese estrépito, yo seguía oyendo la palpitación del barco y el resonar de las olas. El sol continuaba esplendiendo en el ámbito y el calor, la sofocación, el sudor y la angustia empezaban a vencerme. “Debo correr a donde mamá. Despertarla. Decirle que él está llorando”. No. Se fastidiará. “Hay que respetar la siesta de mamá, ¿entiendes?”. Sí. “Tú eres un niño mayor y juicioso”. Sí. “Un guardián marino que cuida el sueño de su hermano”. Sí, mamá, sí. Pero él sigue llorando, llora sin remedio. Voy a correr. Voy a despertar a mamá. “Mamá el niño está llorando”. No. Lo tomaría a mal. “Tú no sirves para nada”. Me quedaré aquí. Como un guardián marino. Voy a arreglar bien mi gorra. De lado, como los verdaderos marineros. Moveré un poco más el coche. Así, así. Uno, dos, tres; uno, dos tres; uno dos, tres. Cállate, cállate nene. No llores, no llores. Nada. Lo alzaré en mis brazos. Eso es, eso es. Se ha caído la pequeña sábana de lino. No importa. Y él no pesa casi nada. No llores nene, no llores, por favor. Mira, mira el mar. Fíjate que lindo es. No pesa casi nada este niño. Pero, no llores, por Dios. Mamá va a venir pronto, pronto. ¿Quieres ir a la orilla del mar? Aquí sobre la baranda. Así, así, sin llorar. ¿Otra vez? No, niño, no llores más. Mamá va a despertar. No pesas nada hermanito. Eres como una pluma. Silencio, hermanito, silencio. ¿Pero por qué lloras? ¿Por qué? Vamos, vamos un poco más allá, hasta la punta del barco. Cuidado con esa silla. Bien. Ya está. Adelante, adelante. ¡Qué montón de lágrimas! Arrurrú mi niño, Arrurrú mi… No. No más. No más, no más hermanito. ¿Ves? Ya llegamos. Aquí termina el barco. Aquí comienza el mar. ¿Pero sigues llorando? Eres un niño malo, un niño malo. Voy a castigarte. Sí, te castigaré. ¿En la mejilla? No, hermanito. Me da lástima. Hay algo mejor. Sí. Ya me acuerdo. ¿Cómo es que lo canta mamá? Fíjate, así: “… los niños que lloran, niño, los arrojan al mar”. ¿Me oyes? ¿Me oyes? ¿No quieres callar? Bien. Eres malo. Muy malo. Y mamá lo ha dicho. Te echaré al mar. Te echaré al mar. La baranda es alta, pero aquí, por entre estas barras, pasará el niño malo que se va para el mar. Así, así. Adiós, hermanito, adiós… cerré los ojos y esperé esperé en vano para oír el golpe del pequeño cuerpo contra las olas…

¿Comprenden ustedes ahora por qué soy un hombre desgraciado?

  La noche de los feos
Mario Benedetti

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

FIN